La escoba todavía no había tocado el suelo y ya la sentía sucia. Sentía que el polvo estaba ahí; en todas partes. Que flotaba en el aire -como la niebla- y que se iba posando en el suelo, el techo y las paredes parsimoniosamente. Sentía que debía hacer algo, de prisa; si no se movía con la velocidad suficiente, el invasor lo cubriría todo.
Pasaba la escoba por el piso, y no servía de nada. El paño húmedo que pasaba por la mesa, dejaba una estela blanca. Se hacía tarde. Hasta los artículos de limpieza estaban contaminados. Asustado, dejó caer la escoba en el suelo y miró a todas partes, buscando el origen de la contaminación.
Mirando la ventana, gritó del susto y la cerró con fuerza. Podía ver las motitas de polvo chocando contra el vidrio; muy suaves, pero presionado para atacar con todo. Cerró todas las ventanas y cubrió con papel, las rejillas de la puerta.
Estaba a salvo de más invasiones, pero el enemigo ya estaba adentro. Se lo imaginaba posándose en su ropa, penetrando por su cabello y posándose en su piel. No había lugar seguro. De repente, antes de poder evitarlo, estornudó. Fuerte y sonoro: "¡Achú, aaaaa-chú!"
Era demasiado tarde; ya estaban adentro de él; llenando sus pulmones y corriendo por sus venas. El corazón latía con velocidad. Daba respiros rápidos y cortos; tratando de darse un poco más de tiempo. Corrió a la cocina, buscando una manera de acabar las esporas que lo invadían.
Del otro lado de la ciudad, la misma tarde del martes, el departamento de bomberos recibía la llamada de una casa en los suburbios, que ardía con su propietario dentro.
*Escribe sobre una sensación angustiante
