Al final creo que ése igual será mi destino. ¿A qué más puede aspirar una pequeña fruta como yo? O morir en la boca de los animales y los niños o vivir lo suficiente como para caer al piso, y morir también. ¿Siquiera se le puede llamar morir a los que nos pasa? ¿Alguien notará lo que nos pasa? Mira como nuestros padres, los árboles frondosos, lloran al morir, y pareciera que nadie puede escucharlos. ¿Cómo irían entonces a escucharme a mí?
Las otras manzanas de las ramas más altas tienen picotazos de las aves. Pero yo no odio los pájaros. Ojalá hubiera nacido para surcar los aires y llegar a lugares más lejanos que los que mis ojos vegetales me permiten alcanzar. Entonces podría escapar a mi destino y hacer lo que yo quisiera.
En mi realidad solo se me ocurre un plan, te lo comento: Uno de estos días en que llueva y el terreno se mantenga fresco, esperaré a que caiga la noche -cuando ya se hayan ido los niños y las aves estén durmiendo-. Entonces, me dejaré caer al suelo -lo más lejos que pueda lanzarme-, y me enterraré un poquito en la tierra húmeda. Una manzana verde de la rama de al lado, me dijo que así me convertiría en un árbol.
Claro que no me gustaría ensuciarme en el lodo; pero, si lograra crecer como un árbol, podría ver más lejos desde las ramas altas o escuchar las conversaciones que se dan cerca del suelo. Podrían nacer de mí, más y más manzanas, y mi esencia, estaría en todas ellas. Entonces podría surcar el cielo con las aves o correr con los niños. Morir ya no me daría tanto miedo, porque estaría en todas partes.
(Escribe desde la perspectiva de un objeto)