Su merced, su deidad, mucho gusto: Don Miedo
Si su piel fuera como la nuestra, su melanina no se conjugara en ningún tono conocido; tendría una coloración grisácea, algo verde y ceniza. Parece una bestia enorme y sin pelo, pero en dos patas: vestida con traje sastre con corte retro. Inclusive lleva corbata y un bastón de madera y acero. Su rostro es una calavera de animal equino, con dientes de gran felino y unos cuernos de carnero. El hueco negro de sus ojos, brilla en rojo por momentos. No es el diablo; es Don Miedo.
Cuando llega Don Miedo, los demás monstruos que pululan en mi cabeza, se echan a un lado. Don Miedo es su rey y su modelo. Porque de él han nacido todos ellos. Yo sabía que estaba ahí, desde que iba a la cama cuando niña y creía ver arañas surgiendo en la oscuridad de la ropa sucia. La luz del pasillo no fue suficiente y ahora, de origen humilde, ha creado un imperio.
Como me conoce de toda la vida, las desgracias que le rinden tributo, también acuden por su consejo: Ansiedad, le pregunta dónde encontrarme; le da ideas a Pesadillas para sus macabros juegos y hasta Tristeza le pide razones para hacerme llorar.
Don Miedo es la resignación ante la vida. Es la parte oscura de mí que siempre ha estado. Que a veces conquista y a veces le doy batalla, pero en cuyo reino sigo marchando. Es tan poderoso, que me hago de la idea de que no morirá nunca. Que aunque algún día lo derroque del trono, seguirá viviendo en las mazmorras -en el fondo de mi mente-, cuando los ecos de su rugidos infernales se cuelen por las paredes en los momentos de silencio.