Entre la pléyade de mujeres que limpiaron mi casa y cuidaron de mí y mis hermanos, una de las más remarcables fue Cristina. Desconozco como habrá conocido a mi madre, una mujer regia y llena de formalismos; porque con Cristina, no tenía mucho en común.
Era una mulata alta y fornida; no gorda, sino musculosa -aunque sin dejar de verse femenina-. Se alaciaba el pelo corto y lo llevaba pintado de rojo oscuro, al igual que sus uñas. Cuando limpiaba en casa, andaba descalza que jeans capris ajustados y tshirts que le quedaban apretados con textos en brillantes. Eran la moda asequible de entonces. Pero los llevaba tan seguido y en tanta variedad, que sería imposible imaginarla vistiendo otra cosa.
No era el canon de niñera ideal. No decía muchas cosas amables, veía novelas a escondidas de mi madre y fumaba. También a escondidas. Mis padres la descubrieron algún día y le dejaban consumir cajetillas en el fondo del patio. Un remedio que funcionó para nosotros ya que, en nuestra inocencia, no supimos por un buen tiempo de dónde salían aquellas colillas amarillas.
A pesar de esto, difícilmente llegamos de la escuela sin encontrar la comida en la mesa, organizaba nuestros juguetes y cuadernos abandonados por la casa, y hasta le daba de comer al perro. Mantenía todo limpio al punto que, nos daba las opciones de aguantarnos u orinar en el patio, mientras el piso del baño se secaba.
Procuraba no llegar tarde; apenas cuando llovía. La recuerdo por las mañanas, alistándome para salir a la escuela, como llegaba de pasajera en un motor. Igual solo faltaba si enfermaba su hija. Recuerdo una vez, a lo mejor la primera vez que nos dejaron solos, que a su niña -cinco, seis años menos que yo-, le habían dado una pedrada en la cabeza durante una trifulca de su escuela.
Fue la única vez que la vi alterada haciendo llamadas y caminando impaciente de un lugar a otro. También por algo relacionado a su hija, dejó de ir a la casa. Pero incluso entonces, se quedó cuidando el perro de mi tía cuando ésta se mudó del pueblo: Micky era un animal de difícil cuidado, cuyo servicio como perro guardián lo cobraba con las gallinas de los vecinos.
Respecto a mí, nunca volví a verla. No se si inconscientemente, me enseñó algo sustancial durante mi infancia, o si su manera de trabajar haya influido sobre mi personalidad o mis preferencias. Pero está ahí, eternamente en mi memoria. Me gusta creer que será por algo.
