Se levantó con la vívida sensación de que no sentía el corazón. No como una llama apagada, mas como una roca grande arrancada del suelo; una gran huella vacía.
Tomó el desayuno con calma, pero al sigilo. En la aldea pululaba la actividad y todavía no tenía las armas listas. Hizo una lista mental de los dragones que debía derrotar aquel día; y se sintió sola porque era una batalla que ella sola tendría.
Todavía temprano, se pusó la malla bajo el uniforme, las botas altas para la sangre que salpicaba y la capa que la protegía del sol y del viento. Por último enfundó una espada en su cintura y un arco en su espalda, y salió sin despedirse de nadie. Ninguno habría de llorarla si no volvía.
Entró en el estadio desconfiada, desconociendo si eran amigos o enemigos. Pronto la multitud se limitó a charlas idiotas y los monstruos se fueron presentando a su contendiente: de uno en uno, de tres en uno, de tres cabezas en un dragón, de un dragón dividido en tres, de tres dragones que se fundían en uno.
Rodaron tantas cabezas que la arena del coliseo cambió de color. Algunos monstruos huyeron heridos; para volver después fortalecidos, pero igual morían vencidos. Uno se desangró de tantas heridas de flecha y otro le ocasionó a nuestra heroína tantas heridas, que en una ocasión se cayó de rodillas. Pero no se rendía.
Saltaba de un lomo y zanjaba una garganta. Daba estocadas en el estómago y levantaba los monstruos más grandes al aire, dándoles un flechazo final a su regreso a la tierra. Estaba segura de que vencería, porque al momento de entrar en la contienda se dio cuenta de que lucharía para sí misma. Ganó.
La muchedumbre indiferente a su destino, le ofreció un puesto en las gradas para aplaudir al próximo candidato al suplicio. No lo tomó. Remendó sus heridas, arrastró las botas sucias y a la salida cambió su espada ensangrentada por un pasaje a un barco con rumbo al sur. Con arena, amor y fuego, pretendía remendar el hueco y rellenar su corazón vacío.
(Escribe un día en la vida del personaje del día uno)
Tomó el desayuno con calma, pero al sigilo. En la aldea pululaba la actividad y todavía no tenía las armas listas. Hizo una lista mental de los dragones que debía derrotar aquel día; y se sintió sola porque era una batalla que ella sola tendría.
Todavía temprano, se pusó la malla bajo el uniforme, las botas altas para la sangre que salpicaba y la capa que la protegía del sol y del viento. Por último enfundó una espada en su cintura y un arco en su espalda, y salió sin despedirse de nadie. Ninguno habría de llorarla si no volvía.
Entró en el estadio desconfiada, desconociendo si eran amigos o enemigos. Pronto la multitud se limitó a charlas idiotas y los monstruos se fueron presentando a su contendiente: de uno en uno, de tres en uno, de tres cabezas en un dragón, de un dragón dividido en tres, de tres dragones que se fundían en uno.
Rodaron tantas cabezas que la arena del coliseo cambió de color. Algunos monstruos huyeron heridos; para volver después fortalecidos, pero igual morían vencidos. Uno se desangró de tantas heridas de flecha y otro le ocasionó a nuestra heroína tantas heridas, que en una ocasión se cayó de rodillas. Pero no se rendía.
Saltaba de un lomo y zanjaba una garganta. Daba estocadas en el estómago y levantaba los monstruos más grandes al aire, dándoles un flechazo final a su regreso a la tierra. Estaba segura de que vencería, porque al momento de entrar en la contienda se dio cuenta de que lucharía para sí misma. Ganó.
La muchedumbre indiferente a su destino, le ofreció un puesto en las gradas para aplaudir al próximo candidato al suplicio. No lo tomó. Remendó sus heridas, arrastró las botas sucias y a la salida cambió su espada ensangrentada por un pasaje a un barco con rumbo al sur. Con arena, amor y fuego, pretendía remendar el hueco y rellenar su corazón vacío.
(Escribe un día en la vida del personaje del día uno)