Por mucho que le duela a los esperanzadores, este país todavía no tiene el coraje de lanzarse al unísono a las calles y decir basta. Eso no pasará.

Hartos de la creciente inflación y condenados a gastar los caprichos de la burocracia; con deficiencia en los servicios más básicos de la dignidad humana y con padecimientos propios de un castigo divino, el buen ciudadano dominicano se entretiene en señalar culpables y  en plantear medidas utópicas. Por lo usual, el dedo va dirigido a ese político que se supone es suya la totalidad del trabajo porque yo, ciudadana, estoy muy afanada para ocuparme de mi propio presente. El primer problema fue de permitir la política como una profesión. Tenemos así eternos candidatos de profesión, han hecho del caravaneo, la repartidera y el palabreo un estilo de vida. La política pasó de ser un medio a no llegar ni a un comienzo. ¿A dónde vamos como país? Nuestros partidos son ajenos a inclinaciones e ideologías. Nos sabemos qué ni a quién representan, lo único que nos permite distinguir la dirección de una marcha en una avenida de esta ciudad, es el color de las banderas.

Sigue subiendo la generación de los apáticos, aquellos con quienes la política se terminará metiendo. Cómo mantenerse impasible a la discusión de tu propio futuro, cómo conformarse a la decisión de tu presente como si fuera un juego de naipes. El costo de la vida, la capacidad de viajar, estudiar, visitar determinados lugares, puede verse de imprevisto limitado por la decisión arbitraria de un interés de momento (9GAG sigue siendo más importante).

El segundo peligro es la costumbre. Reformulo: la costumbre es un peligro. Habituarse a ver estas locuras como una cosa cualquiera. Se me acusa de loca por creer que la gente honesta no vende sus principios. Pero si verdaderamente soy yo la loca, ¿qué es lo que pasa con esta juventud sin dolientes, la edad madura con el grito al cielo y los robles viejos que no tienen verguenza? ¿Cómo nos acostumbramos a vivir así? ¿Cuando nos acostumbramos a vivir así?
Quizás soy todavía muy joven, ilusa, incluso ingenua. Pero verdaderamente soy yo quien está mal por creer que esto tiene, debe y puede cambiar.¿Por qué dominicanos, por qué?

El tercer punto y el que más duele es esa masa de dolientes que entienden la magnitud de la situación y que quieren que las cosas sean diferentes. Quieren ser ellos las aves en el cogollito del árbol. Qué horrible es el latrocinio, pero ojalá me toque algo a mí; que el nepotismo nos arropa, pero qué bueno sería que me nombraran; ese político es un corrupto, pero si pudiera estuviera en su lugar.


Qué clase de doble moral y qué postura tan hipócrita es ésta. Estas palabras no podrán salir de aquí para dolor de mi alma, porque nadie lo reconocerá en voz alta. Verá, el amor a la familia es natural, por la pareja, amigos y otros es desarrollada. Pero el amor por un pueblo de memoria corta, olvidadizo, insatisfecho y desagradecido, obedece a sentimientos que todavía no puedo explicar. ¿Por qué empeñarme en convencer al ciudadano común de que la vida en democracia no es ésto? Cuando el quiere simplemente sobrevivir con cierta comodidad y se niega a mirar hacia donde le indico. ¿Por qué es tan importante, por qué vale la pena? Estás luchando por los que no les importa.