Reflexiones sobre vivir en Italia durante el COVID-19



No puedo dejar de escribir sobre mis últimos días. Nunca pensé que me tocara estar aquí y vivir algo así. Ni siquiera pensé que algo como una epidemia o vivir en Italia fueran circunstancias posibles, si me preguntaras hace 2 años.

Pero estoy aquí, con una dualidad de pensamientos que quizás me mortifiquen menos si los pongo por escrito. 

La primera parte es el "Elogio a la Locura"* que abarca la ilógica escasez de papel higiénico, la inflación en los precios de los guantes y mascarillas, la competencia en comprar desinfectante y gel antibacterial. Qué decir de los mercaderes del terror, de los que nos han vendido artículos de higiene al triple del precio, los que falsifican mercancías, los que inventan que se les está acabando el stock, los que comparten la prensa amarillista para sacarte otros tantos euros.

De cada 10 noticias que se comparten, 9 son falsas. Pero a nadie le importa, ya nadie se da cuenta. El sentido común es el menos común de todos los sentidos, como diría un ser querido. La gente insulta los rasgos asiáticos y se cambian de acera cuando voy caminando. Las únicas palabras a las que estamos atentos es al próximo decreto.

La segunda parte es la preocupación auténtica. Hoy, quince de marzo, falleció Vittori Gregotti, arquitecto de la universidad donde estudio. A pesar de su avanzada edad, murió por complicaciones del coronavirus. De repente tengo una visión diferente. Porque ha sido la única pérdida relacionada - de muy lejos- conmigo. Y he caído en la cuenta, de repente, que esto es algo real y que existe gente preocupada por perder a sus seres queridos. 

Quizás los que tienen miedo, no quieren tener miedo. Quizás quienes lo tienen, no lo saben. Quizás yo también tengo y tampoco lo se. Algo de lo cual sí tengo certeza, es vivir en la práctica los sesgos cognitivos en las personas a mi alrededor. Los procesos más elementales de la lógica, cuestionar, se vuelve obtusos por unos momentos. ¿Por qué el té caliente mataría el virus si la temperatura corporal es de 37 grados? ¿Por qué sería aconsejable lavarse las manos con orina si de por sí ya tiene patógenos? ¿Por qué bañarse con aceite tendría algún efecto, si el virus está dentro del organismo?

Mi campaña personal ha sido contra el uso inapropiado de mascarillas. Como mencioné arriba, las usan quienes no deben y no saben cómo. En un nuevo acercamiento a esta situación he pensado en lo que representa para las personas el uso de mascarillas. El análisis de una situación como ésta en el futuro, arrojará análisis interesantes en el campo de la psicología: El aislamiento podrá desencadenar cuadros de depresión, como las compras compulsivas podrían ser una reacción al efecto arrastre o presión social.**

El uso de las mascarillas para la mayoría, para esa multitud que las desconocía, tiene el mismo efecto de la cobija. O del juguete favorito que llevábamos a dormir cuando éramos niños y que creíamos nos salvaría al enfrentar a los monstruos de nuestras pesadillas. La protección era una ilusión, pero en nuestro subconsciente pueril, la lámina en nuestros rostros crea una distinción; una separación segura entre nosotros y ellos. Y nos ayuda a desenvolvernos en una sociedad que sigue siendo la nuestra, pero cuyo control hemos perdido.

*Erasmo de Rotterdam (1511)
**Bandwagon Effect, en original