Desafío de escritura #7

*Aquella vez el café estaba aguado y muy caliente. Le quemó los labios y le manchó la blusa blanca. El pasillo siempre frío, tenía ese termo de café y el botellón de agua, como los únicos vínculos sociales del grupo de empleados presionados para trabajar, aunque no hubiera en qué exactamente. Las paredes estaban llenos de carteles de silencio o precauciones sobre el uso de celulares. Pero en aquel piso cada cual hacía lo que le venía en gana. Las conversaciones superfluas y las redes sociales, rellenaban las horas que de contrario se harían más tediosas: leyendo memorandos y modificando una y otra vez las fórmulas de las mismas hojas de cálculo.

La blusa se había manchado porque hacía tiempo que no usaba ya camisas o chaquetas;  ya que total, no iría nadie a verlas. Cada día repetía la caminata -incómoda, aunque cerca- desde casa. Lo primero que dejó de usar fueron los tacones. Lo segundo, fue el maquillaje, que se derretía en el calor de las doce y que resecaba el cutis y los labios en el aire aclimatado. Las chaquetas eran muy gruesas para el exterior y muy delgadas para usar dentro. Por lo que pronto fueron sustituidas por suéteres grandes; que eran más prácticos y que descansaban en el espaldar de la silla al terminar la jornada.

Como era de esperarse, llegó apurada a la reunión de jefes anodinos, inmiscuidos en discusiones tan extensas como innecesarias. Seguro más de uno afirmaría dentro de poco, estar perdiendo el tiempo. A excepción quizás, de aquel que aprovechaba aquellas horas fuera, como una excusa creíble para  no hacer trabajo real. 

Cuando terminó la reunión ya habían pasado las siete: los pasillos se veían vacíos igual que el termo de café. Algunas luces estaban apagadas y por las ventanas que todavía estaban abiertas, se notaba un cielo con un azul degradado -ya oscuro- con unas nubes grises. 

Algunos se veían satisfechos, otros cansados; ella, estaba molesta. En parte sabía que la lista enorme de pendientes acordados (impuestos) se vería retrasada, varias veces, ralentizada por la cadena de procesos. Por otro lado, odiaba perder el tiempo. Aquello con lo que nunca se ha mostrado de acuerdo, es con la creencia de que pasar las noches y los fines de semana en la oficina, es el equivalente a trabajar duro. En su mente, no más parecía que le pagaban por mantener caliente su silla.

Su jefe pretendía que se quedara otro rato. Como un gesto de responsabilidad hacia los directores. Ella fingió no escucharlo. Limpió la taza sucia de café que había quedado sobre su escritorio, se quitó el suéter y lo colgó sobre el espaldar de la silla. Al ponchar para salir, pensó que no le pagaban lo suficiente.


*Siempre había odiado las rutinas; siempre. Un día se levantó de su escritorio y ya no volvió.


(Género: Realismo)