*"La casa se siente más grande. No por el espacio que ocupaba, sino por la dimensión de su ausencia"*
Le debo a Tesoro un millón de palabras. Las palabras que dije y las que me faltaron. Tengo días sin dormir en paz, a pesar de la seguridad de que él si los tiene.
Esta vez y solo esta vez, me doy el permiso para bajarme del tiovivo y ver la vida pasar sin yo hacer nada. Porque no puedo mantenerme impasible ante su ausencia. Ante su sonora ausencia.
Tesoro es solo un perro. Fue solo un perro. Un perro que se mantuvo presente desde que puedo recordar. Un día prometí cuidarlo hasta sus últimos días y hace unos un par de éstos, cumplí con mi promesa.
Estoy tratando de pensar cuándo se puso viejo. Cuándo fue que perdió la fuerza de sus pasos y el brillo de sus ojos. Y por qué no me di cuenta hasta verlo desfallecer. Por qué me costó tanto entender que se le iba la vida y que todo el amor del mundo no iba a ser suficiente. Porque yo creí que podía vencer el paso del tiempo y perdí.
Él no perdió. Perdió el vigor, la vista y los dientes, el miedo a los truenos, los bríos para saltar. Pero no perdió. Porque lo amé hasta el último respiro que dio sobre una mesa fría.
No se hasta cuándo llegaré a casa buscándolo, pendiente de la hora de comida y de si tiene agua en su plato. De lo que estoy segura, es que no volveré a dormir en paz, hasta que este amor retenido que se atora en la garganta, suba a mi cabeza y lleno con su calor todos mis recuerdos.