Como si un día cualquiera el monstruo de la ansiedad que duerme bajo mi cama, se levantase un día, se desperezase y con una última mirada atrás, se fuese para no volver más.
Unas horas más tarde, despierto y al poner los pies en las chanclas, no siento las garras frías que me sujetan los tobillos y que voy arrastrando durante el día como un fantasma, sin enterarme apenas.
Nunca me enteraba de la criatura que arrastraba para ir al baño y que iba subiendo por mis piernas dependiendo del día. Solamente lo sentía en mi pecho cuando me abrazaba y faltaba entonces el aire. Lucharía entonces contra el ahogo y me dolerían las uñas largas atenazadas en mis costillas. El monstruo me dejaría respirar entre suspiritos asustados, los suficientemente flojos para no matarme; mas tan tiesos, como para sentir los barrotes de una jaula que se encoje sobre mí. Llega entonces el sudor y la taquicardia, los temblores y la memoria ajena. El pánico ante la consciencia del camino al cual me arrastra.
Un día cualquiera el monstruo no me sujetaría los tobillos, porque no está. No sabría nunca si piensa volver o se quedó a torturar a alguien más. Alguien con ganas de vivir y que le diera el entretenimiento de luchar.
Un día me sentiré extraña y nunca sabré por qué. Pero el monstruo no estará y no lo sabré hasta que suceda. Y llegaré al baño sin arrastrar los pies o con la extrañeza del que se levanta con la nostalgia de echar en falta a quien no conoce siquiera.