Dicen en botánica que al cambiar una planta de sus condiciones acostumbradas, ésta o se adapta volviendose más fuerte o sucumbe. Los juegos en las tardes de mi infancia estuvieron marcados por pepitas de caoba que volaban desde la planta al final de la corta calle; flotando en el aire como una especie de nevada oscura en una primavera eterna.
Siguiendo una linea de sucesos lamentables para mí, dejé un día para siempre el cielo de las hélices vegetales y me fui más allá de las montañas en una ciudad siempre caliente, con olor a mar. En una calle plagada de almendros que me recordaban a Macondo. Luego de pesadillas y malas noches logré acostumbrarme a un cielo sin estrellas y camino esquivando instintivamente las almendras desplegadas en el suelo. Me dieron la notocia de que cambiaré de domicilio una vez más. Ya me di cuenta de que un árbol estará conmigo. Decenas de framboyanes han florecido. Al final terminará aceptando un haz de luz que atraviese las notas rojas del framboyan y que se filtre en mi ventana.